En los últimos
años se ha hablado mucho acerca de la necesidad de mejorar la calidad de la
educación Dominicana, especialmente unos pocos expertos, otros que se
autoproclaman como tales y un tercer grupo que ni idea tiene de a qué se están
refiriendo; pero que enarbolan ese discurso a sabiendas de que tiene espacios
en los medios de comunicación.
El propósito no es refutar a quienes
reiteran en el tema, particularmente a quienes abogaron por la asignación del
4% del Producto Interno Bruto para la educación, sino, por el contrario,
animarles a que continúen socializándolo y que en un futuro no muy lejano se
incremente dicha partida.
Sin embargo, la calidad de la
enseñanza en la
República Dominicana no debe ser un tema de moda ni del
abordaje de todo el mundo, dada la seriedad que implica para el desarrollo
nacional.
La idea consiste en pasar de la
retórica, como modismo, al discurso propositivo para propiciar una reforma
curricular que superare la vigente desde 1995 con la publicación de la ordenanza
1-95 del Consejo Nacional de Educación. Esa reforma debe plantear seriamente
una enseñanza integral que incluya las áreas ambiental, cultural, deportes,
artes, salud, tecnologías e investigación en el campo de las ciencias, entre
otras.
En ese sentido, resulta indudable que
ésta constituye un medio privilegiado para asegurar un dinamismo productivo con
equidad social, favorecer la democracia mediante la promoción del ejercicio
ampliado y sin exclusiones de ciudadanías, avanzar a mayor ritmo en la
denominada Sociedad del Conocimiento y enriquecer el diálogo entre los sujetos
de diferentes culturas y visiones del mundo.
El consenso respecto a este impacto
diversificado y estratégico de la educación contrasta con la dificultad de los
países en vía de desarrollo, como el caso de la República Dominicana ,
para lograr saltos sustanciales en calidad, equidad y eficiencia.
Hay que insistir en una reforma
curricular, no la de aposento que se promueve en la actualidad, sino una que
convoque la participación de todos los sectores que inciden en la vida nacional
y, cuyo propósito fundamental, sea impulsar una serie de programas
innovadores que posibiliten el egreso de bachilleres con conocimientos
pertinentes para incursionar exitosamente en el mercado productivo o continuar
sus estudios superiores.
Otras naciones lo han logrado, ejemplo
Brasil, a pesar de que cuenta con 56 millones de estudiantes y 2 millones
de maestros y maestras. Entre otras cuestiones, se impone la vinculación de la
educación al desarrollo de las empresas, a la vez que persiga ampliar y
democratizar la oferta de cursos de la enseñanza técnica, formación
profesional y tecnológica para la población, el INFOTEP es un vivo
ejemplo de lo que pregonamos.
Otro aspecto importarte sería
intensificar el uso de las tecnologías en las aulas, tanto para mejorar la
calificación de los profesores como para ampliar y profundizar el contenido
académico a disposición de los estudiantes. Esto, sin dudas, contribuirá a mejorar
la capacitación y actualización de los docentes en toda la geografía del país.
Lo cierto es que si queremos mejorar la
calidad de la educación Dominicana, debe hacerse en función de propuestas en
esa dirección, no con poses mediáticas.
La educación en la República Dominicana
sin dudas ha tenido avances en los últimos doce años, y los resultados son
palpables en instituciones de excelencia como INFOTEP y el ITLA, así como en el
crecimiento del número de escuelas públicas de enseñanza básica y media a
escala nacional.
Una mirada en la dirección anterior nos
lleva, como parte del planteamiento de la problemática, a la siguiente pregunta:
pero ¿De qué calidad de la educación estamos hablando
en la República
Dominicana ?
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